El cielo está nublado y el viento
revuelve su oscuro y largo pelo mientras camina por el bosque. Es la
única persona en aquél camino, y ella se alegra. La ciudad, una vez
más, había llegado a ser demasiado bulliciosa para ella, y ella
quería paz y tranquilidad, aunque fuera por un solo momento. Los
coches, las tiendas, la gente saliendo y entrando en un frenesí y
sin pararse a pensar si de verdad están disfrutando de sus vidas.
Ella necesitaba salir de todo aquello de vez en cuando, y eso era
cuando se iba al bosque. Primero tenía que recorrer un trayecto
considerable en coche, pero valía la pena. Siempre valía la pena.
Cuando volvía a casa unas horas más tarde, volvía relajada y en
paz consigo misma.
Aquel día era especial. Estaba
lloviendo. Y para ella, todos los días de lluvia eran especiales. No
se había molestado en traer un paraguas, porque sentir la lluvia
sobre su rostro le gustaba. Era Magia purificadora, regeneradora,
rejuvenecedora, y el sonido de la naturaleza era como el mejor masaje
del mundo para ella.
Escucha a los pájaros, el viento juega
con las hojas de los árboles de la misma manera que con su pelo
húmedo y se siente más segura que nunca, acunada por la Madre
Naturaleza. Se pregunta si toda la gente de la ciudad, que nunca
salía de ella, la envidiarían si supieran la paz que ella
encontraba aquí. Se pregunta si todos ellos serían capaz de
encontrar esa paz, alguna vez en sus vidas. Se pregunta si alguna vez
habrían querido que el mundo se parase, que el tiempo dejara de
correr y que una tranquilidad eterna e inmutable les invadiera el
corazón. Sólo por un instante.
Ella, caminando por la ciudad, sí se
fija en los rostros y las expresiones de los demás. Pero no
encuentra nada. Como si fueran máquinas, la gente sigue con sus
vidas y sus rutinas, creyendo que viven, pero no, sólo existen.
Existen día tras otro, repitiendo trayectos y acciones.
¡Qué triste tiene que ser una vida en
la que no te des cuenta de todas las diferentes posibilidades que te
ofrece el mundo!
¡Qué triste tiene que ser una vida
sin aventuras, sin pasión!
Ella intenta no caer en las garras de
la sociedad, no quiere ser como todos los demás. Y cada vez que
viene al bosque, se purifica de la masa que la arrastra hacia la
monotonía. Camina lentamente, observando vivamente todo aquello a su
alrededor. Nunca escoge el mismo camino, quiere sorprenderse.
Después de un rato, se detiene y
cierra los ojos. Respira hondo. Alza la cabeza y las gotas de lluvia
resbalan por su rostro. Cuando vuelve a abrir los ojos, echa a
correr. Ella es hija del Otoño, corre con el viento, siente la
libertad. Corre sin preocupación, corre sin mirar atrás, se ríe y
ralentiza su marcha. Sigue corriendo, el camino parece no tener fin,
la felicidad inunda su alma. Son estos momentos por los que da
gracias a la Madre Naturaleza. Son estos momentos en los que se
olvida de todo lo demás. Se olvida hasta de ella misma. La Madre
Naturaleza y ella son uno.
Ha dejado de llover. El sol se asoma
por las cimas de los árboles, los rayos se abren camino entre las
ramas y secan su rostro y su pelo. Entonces el camino acaba y ante
ella se abre un claro. Una figura, apoyada contra un árbol mira
hacia el cielo con una amplia sonrisa en su rostro. La ha escuchado y
gira la cabeza, la sonrisa no desaparece cuando la mira. Ella le
devuelve la mirada y la misma sonrisa aparece en sus labios también.
Una vez más, el bosque la ha vuelto a
sorprender, como sabía que lo haría.
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