domingo, 17 de febrero de 2013

Autumn Child



El cielo está nublado y el viento revuelve su oscuro y largo pelo mientras camina por el bosque. Es la única persona en aquél camino, y ella se alegra. La ciudad, una vez más, había llegado a ser demasiado bulliciosa para ella, y ella quería paz y tranquilidad, aunque fuera por un solo momento. Los coches, las tiendas, la gente saliendo y entrando en un frenesí y sin pararse a pensar si de verdad están disfrutando de sus vidas. Ella necesitaba salir de todo aquello de vez en cuando, y eso era cuando se iba al bosque. Primero tenía que recorrer un trayecto considerable en coche, pero valía la pena. Siempre valía la pena. Cuando volvía a casa unas horas más tarde, volvía relajada y en paz consigo misma.

Aquel día era especial. Estaba lloviendo. Y para ella, todos los días de lluvia eran especiales. No se había molestado en traer un paraguas, porque sentir la lluvia sobre su rostro le gustaba. Era Magia purificadora, regeneradora, rejuvenecedora, y el sonido de la naturaleza era como el mejor masaje del mundo para ella.
Escucha a los pájaros, el viento juega con las hojas de los árboles de la misma manera que con su pelo húmedo y se siente más segura que nunca, acunada por la Madre Naturaleza. Se pregunta si toda la gente de la ciudad, que nunca salía de ella, la envidiarían si supieran la paz que ella encontraba aquí. Se pregunta si todos ellos serían capaz de encontrar esa paz, alguna vez en sus vidas. Se pregunta si alguna vez habrían querido que el mundo se parase, que el tiempo dejara de correr y que una tranquilidad eterna e inmutable les invadiera el corazón. Sólo por un instante.
Ella, caminando por la ciudad, sí se fija en los rostros y las expresiones de los demás. Pero no encuentra nada. Como si fueran máquinas, la gente sigue con sus vidas y sus rutinas, creyendo que viven, pero no, sólo existen. Existen día tras otro, repitiendo trayectos y acciones.
¡Qué triste tiene que ser una vida en la que no te des cuenta de todas las diferentes posibilidades que te ofrece el mundo!
¡Qué triste tiene que ser una vida sin aventuras, sin pasión!

Ella intenta no caer en las garras de la sociedad, no quiere ser como todos los demás. Y cada vez que viene al bosque, se purifica de la masa que la arrastra hacia la monotonía. Camina lentamente, observando vivamente todo aquello a su alrededor. Nunca escoge el mismo camino, quiere sorprenderse.
Después de un rato, se detiene y cierra los ojos. Respira hondo. Alza la cabeza y las gotas de lluvia resbalan por su rostro. Cuando vuelve a abrir los ojos, echa a correr. Ella es hija del Otoño, corre con el viento, siente la libertad. Corre sin preocupación, corre sin mirar atrás, se ríe y ralentiza su marcha. Sigue corriendo, el camino parece no tener fin, la felicidad inunda su alma. Son estos momentos por los que da gracias a la Madre Naturaleza. Son estos momentos en los que se olvida de todo lo demás. Se olvida hasta de ella misma. La Madre Naturaleza y ella son uno.

Ha dejado de llover. El sol se asoma por las cimas de los árboles, los rayos se abren camino entre las ramas y secan su rostro y su pelo. Entonces el camino acaba y ante ella se abre un claro. Una figura, apoyada contra un árbol mira hacia el cielo con una amplia sonrisa en su rostro. La ha escuchado y gira la cabeza, la sonrisa no desaparece cuando la mira. Ella le devuelve la mirada y la misma sonrisa aparece en sus labios también.
Una vez más, el bosque la ha vuelto a sorprender, como sabía que lo haría.

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